La semana pasada, en este mismo espacio, lamentábamos la desaparición de Parenthood de las grillas locales, quizás el único exponente del ciclo familiar clásico en producción en los EE.UU. Es claro que el género familiar atraviesa una crisis en todos lados: el resto de los ejemplos (como la "deforme" Bunheads) suelen encontrarse por estos días en las señales infantiles, como ABC Family allá y Disney aquí. Buena parte del problema es que todo en la TV paga tiende por estos días al nicho, a programar para cada uno de los integrantes del grupo familiar por separado, especialmente diferenciando a hermanos pequeños de preadolescentes. El razonamiento es que todos tengan algo, en la pantalla chica, es bastante más sencillo y menos riesgoso que crear una historia que tenga algo para todos. No es de extrañar, entonces, que sus exponentes puros sean cada vez más escasos. Son reliquias de un "universo hogares" -así se lo denomina en la medición de audiencias- desintegrado en individuos.
En ese exiguo marco se ubica Graduados, un ciclo todo lo familiar que puede serlo un programa de la TV argentina de hoy, convertido en emblema del regreso de Telefé a su -por falta de mejor palabra- "registro" histórico. Su éxito tuvo mucho que ver con la construcción de una ficcionalizada década del 80, un país de música eterna e ideales incumplidos, donde los padres pudieron borrar con un pase de varita mágica las claudicaciones de la madurez, y sus hijos descubrir que, debajo de sus responsabilidades, certezas y prohibiciones, sus progenitores no eran más que adolescentes como ellos, esperando el amor que se fue.
La Nación
No hay comentarios:
Publicar un comentario