En el playón y el hall de entrada del museo de arte contemporáneo de Mar del Plata, Martín Campilongo concentra casi tantas miradas como el enorme lobo marino que con su marca registrada Marta Minujín construyó con alfajores y como la Moria Casán modelo ‘80 de más de cuatro metros de alto que reciben al público.
Sólo que a él, además de sacarle fotos, lo felicitan, lo saludan y lo elogian a la distancia. Y Campi -que así lo llaman todos, o casi todos- retribuye los mimos con generosidad, aunque por eso tenga que tomar su café en cómodas cuotas. “A mí, estas cosas no me joden. Si estoy solo, todo bien, si estoy con la familia, hay lugares a los que elijo no ir”, dice el actor, que de martes a domingo pone en escena su unipersonal Demoledor!
En el teatro Bristol. Mientras se toma un recreo de la televisión y el cine, después de un año cuyo balance da pura ganancia.
Sin embargo, a la hora de analizar su actualidad, Campi baja los decibeles y pone las cosas en contexto. “En verdad, siempre laburé mucho, estando en dos programas de tele al mismo tiempo, más cine y teatro. La diferencia es que esta vez estuve en dos programas - Peligro sin codificar y Tu cara me suena- que funcionaron mucho. Entonces, la gente cree que laburé más”, explica.
De hecho, en un plano de menor exposición, el hombre, nacido en Parque Patricios hace casi 45 años y que lleva recorridos casi 25 años de una trayectoria cuyos inicios transcurrieron en el llamado under, también ha escrito y escribe guiones y libretos para la televisión de los Estados Unidos y de otros países de América Latina. Un ejercicio que, cuenta, le permite saber “en qué andan” en otras partes del mundo. “El humor -sentencia- te habla del momento que está viviendo una sociedad.”
En ese caso, ¿cuánto cambió el humor que vos hacés, en tus años de profesión?
Lo que sucedió es que crecí, y ahora quiero hablar de otras cosas. La primera vez que subí a un escenario fue en el Bululú, a hacer Campi busca puntero, un unipersonal que hablaba sobre drogas. Era una época en la que el tema me llamaba la atención, pero hoy ya no me interesa. Quiero hablar de otras cosas. También pasó que antes me hacía la dentadura con Poxilina 10’ y ahora me las hago con acrílico; me hacía las pelucas con barba de choclo y cinta scotch y ahora uso pelo natural. Eso sí cambió, pero el origen, no.
¿A qué te referís con “el origen”?
A que cada uno es del lugar en el que pasó su infancia. Viví hasta los 20 años en Parque Patricios, donde siguen viviendo mi madre, mis familiares y algunos de mis amigos. Y aunque hoy viviera en Irlanda, seguiría siendo de allí. El hormigón armado se hizo ahí. Después pusimos los ladrillos, pero la base es esa.
¿Eso aplica también al recorrido profesional, o pasar del under a un medio como la televisión te cambia indefectiblemente?
Algo me cambia, pero ahora se me escucha. La televisión tiene las paredes muy anchas, y las piedras que se tiran desde fuera no entran. porque si no, no se enteran. Por eso es muy saludable que gente como (Verónica) Llinás, (Carlos) Belloso, el gordo Casero o (Favio) Posca hayan pasado de este lado del paredón. De la misma manera que yo me metí ahí contando los monólogos de Pucheta, uno de mis personajes, que también podía hacerlo en un recital por Walter Bulacio. Lo que pasa es que es como cuando vas a un boliche. Si la más linda no te da pelota decís que es una estúpida, pero si te da bola es la mejor del mundo. Para los del under la tele es una estupidez. Ahora, si les abre la puerta, está buenísima. Y la verdad es que está buenísima. Y no tenés que dejar de hacer lo otro. Podés combinar las dos cosas.
Sólo que entre ambos mundos hay unas cuantas cifras de diferencia.
Sí. Pero yo siempre me metí en esos lugares ingenuamente, porque me parecían espacios propicios para el juego. Tanto en lo de Bulacio o en el under como en lo de Marcelo (Tinelli). A mí nunca me corrieron con la guita. La guita es el resultado de un buen trabajo, pero no es lo que me mueve. Estuve en la situación de llenar un cheque para que lo firmara con la cifra que quisiera. Y no lo hice.
¿Estabas casado o soltero?
Soltero (risas). Pero ahora que estoy casado es igual, porque Denise (Dumas) es igual que yo. Tenemos un auto usado que nos lleva y nos trae, del que no necesitamos mostrar la marca; ni necesitamos tres ambientes más en la casa. Tenemos lo que necesitamos. Cuando te das cuenta de eso, lo que te queda es disfrutar.
¿Cuánto disfrutaste tu participación durante 2013 en “Sin codificar” y en “Tu cara me suena”?
Mucho, en los dos casos. Ir a trabajar a Sin codificar es como entrar con cinco amigos a jugar a un pelotero. Con Tu cara me suena fue distinto.
¿En qué sentido?
En que a mí siempre me dio vergüenza cantar en público. Entonces me dije: “O hago terapia o me meto en un quilombo”. Y me metí en Tu cara..., resolví el problema y encima me pagaban un sueldo. Ahora, al menos puedo cantar en público, aunque no puedo hacerlo fuera de un personaje. Pero está bueno saber mis límites.
¿Cómo van tomando forma tus personajes?
Algunos salen del barrio, como El Turco o Jorge. Otros, aparecen en lo cotidiano y los voy testeando con mi familia, con mis amigos, casi sin darme cuenta. Así nació por ejemplo, Nacho, el tipo que vive en un barrio cerrado, que cuenta su convivencia con un pobre que se le cuela. Nacen así y después los voy moldeando. A Nacho, por ejemplo, le di 1,20 metro de altura porque tiene un texto muy duro, que cuando lo probé, muchos me decían que no podía decirlo en el escenario.
¿Por qué?
Porque puede resultar muy cruel. Entonces, al darle una altura menor, la imagen genera cierta simpatía y pone al personaje en equilibrio.
Es como si regularas el nivel de provocación.
Yo siempre digo que arriba del escenario pego, pero no saco sangre. No me gusta sacar sangre, porque ahí deja de ser humor. Cuando ves sangre, se te corta la risa. Ese es mi límite.