Después de tanta morisqueta, un día lo sopapeó la dimensión de lo que sus máscaras podían causar en el otro. Entró a un hospital de Once y vio un cuerpo agotado: el de Enzo, 17 años, que se había pegado un tiro. La bala, alojada en la cabeza, redujo al chico a un volcán adentro, que apenas abría los ojos. Hasta que alguien apeló al secreto de los ojos de Pepe Argento. Lo puso al frente de unos videos con aquellas muecas. Y Enzo, que aparentaba apagarse, se encendió de risa. “Me conmueve la influencia que puedo tener en las personas”, reconoce como un volcán de gestos Guillermo Francella. El que anduvo practicando eso de achicarse y hacerse grande otra vez.
Para Corazón de León -filme de Marcos Carnevale que se estrena el jueves- tuvo que mirar la vida desde más abajo. Hacerse minúsculo, filmar arrodillado, reducirse para contar la grandeza. Con su metro setenta y dos encarnó a León, de un metro treinta y seis. El blanco de burla cuando al sentarse sus breves piernas flotan en el aire. El que se refugia en el parapente haciendo flotar su dolor en la inmensidad mundo arriba.
Francella mira ahora en altura. Piso tres. Habitación 308. Seis horas de entrevistas ininterrumpidas. Los ojos turquesa desesperantes, abatidos por la cabalgata promocional. Entiende el periodismo a la perfección. Si ya estuvo desde este otro lado. Título de periodista del Grafotécnico. Una pasantía en revista Gente. Y la decepción: “Tenía 20 años. Me daban la tarea de ir a buscar un paquete a Ezeiza. De salir a buscar opiniones a la calle. Llegué a hacerle un reportaje a Dyango. Pero no me metí desde la pasión”, admite. Seis años después, fue chico de tapa. De entrevistador a asediado entrevistado. “Lo que me molesta hoy de los periodistas es cuando no vienen informados. El ABC del periodismo. O pasa mucho en la tele que te hacen una pregunta y a la respuesta se ponen a hablar con otro sin escuchar. Me enerva la falta de respeto”.
Respeto era lo que le tenía al guión que terminó protagonizando con Julieta Díaz. Que usaran su rostro, aunque no su cuerpo, suponía riesgos altísimos. La estética final podía resultar fatal. “Esa fue la condición del director y la mía. Si le veíamos algún hilo, desistíamos. Me hablaban de gente especializada, de un equipo que tenía el software deEl Señor de los anillos, pero había que verlo antes. Hicimos una prueba y me vi en escala. Todo armónicamente reducido”, explica. “Se trabajó con un croma, con encuadres diferentes, utilería más grande, miradas hacia arriba, interlocutores mirando hacia abajo. Yo grabé muchas veces agachado, sentado, incómodo, pero ante el resultado quedé fascinado”.
La línea que Francella sigue en sus últimos filmes es la de la intensidad dramática. La búsqueda de justicia en El secreto de sus ojos. La ceguera en Los Marziano. Aquí acelera a fondo con la cuerda de la discriminación y el dolor del rechazo. Un viaje a lo que sucede cuando uno se enamora de quien no es aceptado por la mirada social. “No viví prejuicios o discapacidad de cerca ni por amigos ni por familiares, pero como todos sé de mandatos sociales. Hablamos de cómo un sentimiento genuino puede ser volteado por la mirada de la sociedad”.
A Francella lo han mirado distinto alguna vez. Cuando estudiaba en la escuela de Alejandra Boero era, para muchos compañeros, “el que se prostituía” en algún comercial o ante la posibilidad de la televisión. “Decían que si no trabajaban de actor, no trabajaban de nada. Eran vagos grandes que vivían de sus madres. Yo quería tener el manguito en el bolsillo”.
A los 58 y con las miradas elogiosas a cuesta, es Chola el público más acérrimo de Francella. Chola es Adelina. Madre avasallante de amor que prohíbe publicar su edad. “El viejo”, en cambio, pudo verlo apenas en el debut televisivo en la publicidad de Cinzano. “Estaría feliz de ver el lugar que ocupo ahora”, baja la vista hasta donde no pueda verse el umbral de la lágrima.
¿Seguís sin tener representante?
Sigo. No tengo representante. No me gusta que me cuenten las reuniones. Yo creo en eso de mirar a la cara al empleador o al empresario que me contrata.
Habitualmente sos medido en tus declaraciones políticas. ¿Sos apolítico o en realidad te cuidás al hablar públicamente de política?
No soy apolítico. No me gusta opinar públicamente de política. He dado alguna vez mi visión. No es por no exponerme. Me comprometo si algo me identifica. Y si me sintiera decidido a militar, lo haría. Pero no se ha dado.
¿Pasó la rabia de la repetición desmedida en TV? Tu imagen llegó a estar en pantalla más de 10 horas a la semana este año...
Ya pasó. Ahora sé que me descubren generaciones nuevas.
¿De qué manera pensás tu regreso a la televisión?
Si vuelvo sería en caso de encontrar una sitcom como fue Casados con hijos. Me gustaba mucho poder hacer la versión argentina de Two and a Half Men. Estaba decidido, pero no se dio.
¿Te agota el hecho de que el público espere que lo hagas reír?
Hay como una exigencia exterior de que siempre esté arriba. Ya estoy acostumbrado. Tengo buen humor, pero también sepan que no estoy todo el día riéndome.
¿Qué te hace reír a vos?
Cuesta que me arranquen carcajadas. Me hacen reír mis hijos con la forma de aderezar lo que me cuentan.
¿Pepe Argento te hace reír?
Me hace reír. Yo no soy de esos actores que dicen No me veo.
Yo me veo y me río conmigo.
¿Y qué sensaciones te genera volver a verte aún más atrás, en películas como “Bañeros” o “Los extermineitors”?
Fui feliz haciendo esas películas. Industriales, para chicos, llenaban el cine, le gustaban a la gente. Claro, después hubo una búsqueda mía. Tuve ganas de que pasaran otras cosas y pasaron, y transito el cambio con felicidad y sin ninguna vergüenza al mirar atrás.
Carlitos Balá suele decir ‘Hago reír y siento que el mundo está a mis pies’. ¿Compartís esa sensación de poder?
No sé si me siento poderoso al hacer reír. Yo tomo a la risa desde el lugar terapéutico. La risa como sanadora. Como un servicio el hecho de que puedas provocarle felicidad al otro.
Justamente este año viviste una experiencia ligada a la relación de la medicina y la risa. Que un adolescente internado y sin reacción pudiera conectarse con el mundo cuando te veía en pantalla. ¿Qué te pasó ante eso?
Casi me muero. Me emocionó muchísimo. Yo estaba justamente filmando esta película y un periodista amigo me contó lo que pasaba con el chico, que reaccionaba a través de mis videos. Hablé con él, me conecté como pude. Yo me doy cuenta de lo que pasa con los otros cuando hago lo que hago. Pero a ese nivel me sorprende y me da responsabilidad.
Un televisor encierra al Boca de Carlos Bianchi. De reojo, Guillermo se interesa por el partido, aunque el alma esté en otro lado: “La verdad, me pone más nervioso el fútbol que un estreno de cine. Esa posibilidad de ir ganando y perder en el último minuto. Me enoja ser así, pero así soy. Tengo miedo de un día quedarme seco mirando a Racing. Que pum, venga el infarto. Eso no sé cómo controlarlo”.