A favor: Relato redondo
Juan José Campanella despierta pasiones futboleras entre sus espectadores. Está el equipo de los detractores, que encuentran en su filmografía el manual de "todo lo que no debería ser el cine nacional" y un equipo igual de intenso de defensores, que se pone la camiseta del ganador del Oscar y hace notar el peso de su hinchada en la taquilla. Olvidémosnos de ambas posiciones. Campanella admite que su escuela de narrativa cinematográfica es el cine comercial norteamericano. Y es un buen alumno, que usa esas formas para contar historias de contenido local. Su trabajo no aspira, obviamente, a pasear por festivales europeos, sino a llevar el cine masivo, popular, a dar un salto de calidad. Y con Metegol lo logra.
La destreza técnica de la animación de Metegol (quizá el único aspecto del filme en el que la mirada es de aprobación unánime) no es un detalle menor, en épocas en las que el espectador tiene un ojo entrenado en ver películas animadas de alta factura. El filme de Campanella es preciso en las expresiones de los personajes, en el trazo fino de los caracteres, los planos secuencia, la acción. Las voces de los personajes (el a veces temido "doblaje argentino", sobre todo después de la fallida experiencia de Chicken Little hablada en porteño) acompañan con naturalidad a las criaturas, les dan identidad, carácter, las hacen creíbles.
Y la historia acierta en su blanco: es simple, nostálgica, efectiva, graciosa y tiene un timing narrativo fluido, que combina aventuras, humor, un toque de romance y la cuota necesaria de folklore. Uno de los puntos débiles es cierta tentación por el sentimentalismo melancólico-barrial, pero esa marca, que a fin de cuentas es parte del registro de todas las obras de los tres nombres importantes de este guion (Campanella, Fontanarrosa y Sacheri), está matizada con pases de comedia ingeniosos, tácticos, que oxigenan un relato redondo como una pelota.
En contra: Guion en orsai
La más cara película argentina, la que demandó cuatro años de trabajo de cientos de técnicos, la del sello oscarizado de Juan José Campanella, podría medirse sin complejos con las superproducciones animadas de Pixar o de los estudios Universal. En la hora y cuarenta que dura la película, los vecinos del bar son magníficas caricaturas puestas a matar la tarde, el pueblo se descascara con realismo y los muñequitos de plomo cobran vida deliciosamente cuando logran destornillarse del caño del metegol.
Sin embargo, Metegol tiene problemas para entretener. Esa factura exquisita, ese prodigio de diseño visual, no alcanza para llevar a un público sin edad de la nariz, para subirlo a la historia en el minuto uno y devolverlo a la butaca en el minuto 100 luego de pasearlo por un tobogán de emociones. Estaba todo para eso. Toy Story lo hizo... Y la comparación aplica porque también éste es un cuento sensible de personas y muñecos que se humanizan.
La debilidad de Metegol está en el relato, en una narración inconsistente que queda en "orsai" cuando hilvana caprichosamente guiños y conflictos que no terminan de enhebrarse nunca. Ni siquiera cuando la troup de muñequitos despliega su divertida personalidad futbolera, con todos los tics del ambiente.
Por supuesto que la película tiene momentos efectivos, y hasta gloriosos. El comienzo va por ahí, con ese partido de metegol en el que la adrenalina y los goles suenan como campanazos en el fondo del arco. Pero para entretenerse con el nuevo partido (ya de fútbol y con personajes que de pronto parecen más definidos que los protagonistas), hay que creerle a un villano que no convence, hay que vérselas con las ratas (puaj), hay que subirse a un movil espacial (!). Raro, viniendo de Campanella, un maestro de las historias simples. Más raro aun, si se piensa que el germen fue un cuento de Fontanarrosa.