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11 nov 2012

"Mi intención no es ser el más lindo"



Marco Antonio Caponi habló con Teté Coustarot para el semanario Democracia sobre su gran presente en "Graduados" y su amor por la actuación: "Es lo único que me importa". Compra la edición de este sábado y llevate un poster de regalo del actor.


"Lo único que me importa es actuar”, dice Marco Antonio Caponi, uno de los villanos de “Graduados”. Sus compañeros de elenco lo definen como un “lanzado”, porque tiene todos los atributos para ser el típico galán de la tele, y sin embargo prefiere transitar el camino más difícil. De ahí que cuando le pregunté acerca del trabajo que más disfrutó, lo primero que mencionó fue una pequeña obra de teatro que protagonizó cuando apenas comenzaba a soñar con este exitoso presente.

Me recibió en los estudios que Telefe posee en Martínez. Cuando entró al buffet lo hizo vestido con un look informal, diferente del que utiliza Augusto, su personaje, al que él mismo define como un “perversito”.

“Está buenísimo el personaje; está bueno que en una historia de amor el malo esté justamente detrás del desamor, es decir, que la maldad pase por esa impunidad para estar con una y con otra sin importarle nada”, cuenta.

Parte del elenco de “Filosofía de vida”, uno de los acontecimientos teatrales más importantes de este último tiempo, Marco Antonio es un digno representante de la nueva generación de actores argentinos. Inteligente, agradable y con un profundo sentido de la vocación, concibe a la actuación como un permanente proceso de aprendizaje. “Si no me abro al juego, me estaría perdiendo lo mejor de esto”, reflexiona.

–¿Cómo te llama la gente?

–Me llaman Marcos. Siempre asocian el nombre con Marco Antonio Solís, el cantante. Ahí me doy cuenta con qué tipo de generación me encuentro y qué nivel cultural tiene.

–¿Sabés por qué tus papás te pusieron ese nombre?

–Fue un intento de captura más que nada; querían que me llamara Jonathan Emanuel; creo que con ese nombre hubiera tenido otro tipo de historia. Mi papá fue el que me salvó de eso; ojo, no tengo nada contra los Jonathan, pero sé que si me hubieran puesto ese nombre me lo hubiera cambiado por otro; no sé si legalmente, pero por lo menos en la Asociación Argentina de Actores seguro.

–¿De dónde sos?

–Nací en Godoy Cruz, Mendoza.

–¿Con qué tipo de familia creciste allá?

–Somos cinco hermanos, yo soy el más pequeño. Tengo tres hermanas mujeres y un hermano varón y vivíamos en el centro de la ciudad, por calle Figueroa Alcorta. En el 98 nos fuimos a vivir a Maipú y al tiempo decidí venirme solo acá a Buenos Aires.

–¿Qué fantaseabas en ese momento?

–Fue muy raro. Mendoza es un lugar difícil como para proyectar una carrera como la que estoy haciendo; la gente tiene otro tipo de pensamiento, otras estructuras. Yo estudiaba de técnico químico y mi cabeza estaba estimulada para ir hacia otro lado; me gustan mucho las matemáticas, la física cuántica, leo mucho sobre esas cosas. Cuando me fui a vivir a Maipú, solo en el medio de la nada, se empieza a despertar en mí esto de animarme a hacer algo artístico. Obviamente, fue un proceso bastante conflictivo porque en las ciudades del interior, si uno no se proyecta en una profesión donde supuestamente tenga un futuro asegurado, es un problema.

–De todas maneras, Mendoza es bastante activa culturalmente. Hay grupos de teatro, de danza, de baile.

–Yo no estaba muy metido en ese tipo de grupos, la gente que me rodeaba no pertenecía a ese ambiente. Resulta que ahora, cada vez que vuelvo a Mendoza, me empiezo a encontrar con personas de ese perfil. Creo que necesitaba irme para poder empezar y eso me permitió, con el tiempo, ver las cosas desde otro lugar y con otra perspectiva. Incluso ahora miro las bodegas y las veo como una obra de arte; para mí el arte de Mendoza es ese.

–¿Por dónde empezaste a espiar que había un mundo como este, en el que estás ahora?

–Me gustaba escribir.

–¿Qué escribías?

–Pensamientos que iba teniendo; tengo algunas cosas escritas hoy en día. Creo que lo hacía con el fin de empezar a buscar un poco qué había dentro de mi cabeza, o mejor dicho, dejar salir lo que había; quería romper un poco con la estructura de los números. A la vez lo asocio porque la matemática para mí es un arte muy abstracto, justamente no es esquemático, es lo opuesto. También es algo donde permanentemente se están resolviendo problemas y la actuación tiene algo de eso, sobre todo en la parte de resolver.

–¿En qué momento te viniste a Buenos Aires?

–A los 21 años me vine. Iba a estudiar ingeniería pero no entré por un test vocacional que no pude hacer. Si tengo que hablar de un comienzo, puede ser cuando me metí en Educación Física, donde comenzó un poco la cuestión de expresión con el cuerpo; teníamos expresión corporal, hacíamos scketchs, tocábamos la guitarra; a partir de ahí me empecé a descubrir. Un día fui a entrenar y había un seminario de actuación, me presenté, y eso derivó en una beca que me dio la posibilidad de estudiar acá. Dejé la facultad y a los 15 días estaba acá.

–Cuando llegaste, ¿qué pasó? ¿Pensaste por dónde empezar o te sentiste bien desde el principio?

–Desde el momento que me fui de allá, automáticamente ya estaba acá. Sentía que estaba en el lugar que tenía que estar para poder proyectarme, buscar matices en la vida y no quedarme con la estructura que tenía impuesta. Quería buscar quién era y si me iba mal o bien no me importaba; ya era mucho el hecho de haber podido comenzar esa búsqueda con apenas 20 años. Fue una instancia angustiante igual, pero cuando estaba arriba del colectivo me dije “ya está, ya pasé la frontera”. Particularmente tengo mucho arraigo con mi familia y sabía que si algo me desvinculaba de todo aquello era por una pasión. De hecho, nunca se me pasó por la cabeza volver; no me podía echar atrás.

–Y empezaste a estudiar.

–Sí, y me di cuenta de que había que trabajar, que había que comer, que había traído muy poca plata, la cual puse toda en una pensión;me la fui rebuscando, haciendo amigos, sobre todo con gente del interior que es muy solidaria.

–Buenos Aires está lleno de gente de todo el país; yo misma comprobé eso trabajando y conociendo gente.

–Eso dificulta un poco las cosas también porque te conecta con una nostalgia de la cual querés huir.

–¿Con qué te encontraste acá?

–Con un mundo que ni siquiera sabía que existía. El único contacto previo fue por lo que pude llegar a ver por la tele. Fui encontrándome con un mundo de teatro independiente gigante, con directores que no conocía, con actores que en mi vida había sentido nombrar. Era todo nuevo.

–¿Cuál fue tu primer trabajo importante?

–Una obra que hicimos en el IMPA que se llamaba “La anticrista y las langostas contra los vírgenes encratitas”.

–Un nombre complicado.

–Y la historia también, con una puesta toda con velas en una fábrica abandonada; una obra en verso con un delirio apocalíptico medio extraño. Ahí me comencé a sentir identificado con lo que quería expresar del teatro. En ese momento estaba trabajando en “Alguien que me quiera”, con Osvaldo Laport y Andrea del Boca, mi primer papel con continuidad en la televisión. Fue un año bastante particular por la búsqueda, pero con esa obra yo sabía que iba y me encontraba con la tranquilidad de “esto lo quiero hacer”. Para mí el teatro es un lugar donde tengo que hacer lo que a mí me gusta. Después fueron pasando otros trabajos hasta que llegaron “Los únicos”, “Herederos”, y después me vine para acá.

–Y acá estás haciendo un perversito.

–Está buenísimo el personaje. Realmente es un perversito. Está bueno que en una historia de amor el malo esté justamente detrás del desamor, es decir, que la maldad pase por esa impunidad para estar con una y con otra sin importarle nada.

–(Teté, irónica) Cosa que no pasa en la vida real; los hombres no son de andar con muchas mujeres.

–Noooo, qué van a andar (risas). Yo voy a defender a mi especie, eh.

–Viste que el comentario típico de las mujeres es: “Que hijo de su madre, no puedo creer lo que hizo”.

–Está bien, pero ojo que también hay mujeres que dicen “me encanta cómo es Augusto”. La culpa no es solamente del que golpea, sino también del que se deja golpear.

–Pasa que en la fantasía de la mujer siempre existe el “yo lo voy a cambiar”, pero a veces es complicado.

–A veces no sucede. Somos bastante testarudos los hombres.

–Charlando con colegas tuyos me hablaron muy bien de vos. Dicen que sos un “lanzado”, porque con lo lindo que sos podrías descansar tranquilo en la figura del galán, pero sin embargo buscás por otro lado. Es muy bueno eso.

–Es que me gusta actuar, no es mi intención salir en la tele ni ser el hombre más lindo del mundo. Primero porque no lo puedo ser, y segundo porque no le veo el atractivo a ese trabajo. Me gusta divertirme.

–Además podés llegar a ser el más lindo por un tiempo, después siempre aparece otro.

–Lógico. La belleza, en algún punto, se nos va a ir a todos. Yo pienso en crecer, en ir aprendiendo cada día más; creo que la mejor manera de lograr eso es abriéndome al juego, más en este tipo de programas donde tengo compañeros extraordinarios. De no jugar me estaría perdiendo de la mejor parte.

–¿Cómo fue tu primer día de grabación?

–Fue muy raro. Me preguntaba cómo podía llegar a estar a la altura de esta tira donde no desentona ninguno, donde todos son excelentes actores, donde todos tienen el personaje resuelto y no me necesitan para nada. Me preguntaba qué color le podía dar, pero lo que pasó fue que ni bien entré al set todo se simplificó. Todos me facilitaron las cosas; me sentía como cuando hice “La anticrista”, nadando en aguas cómodas. Mis compañeros se brindaron al máximo, especialmente Luciano(Cáceres), con quien ya nos conocíamos y habíamos planificado trabajar juntos.

–Justo te tocó hacer de hermano de él.

–Fue una muy linda casualidad. Con él tuvimos la idea de construir desde la propuesta actoral, desde el juego, sin miedo; yo en lo último que pienso es en cómo sale mi cara en la pantalla. A veces me enojo con las chicas porque me maquillan demasiado y parezco un muñeco de torta; yo no quiero ser un muñeco de torta, quiero ser un ser un humano. Eso es lo que tiene esta ficción: son seres humanos con conflictos y no existen los buenos y los malos, existen las personas que obran bien y obran mal.

–¿Estás haciendo teatro también?

–“Filosofía de vida”, con Alfredo Alcón, Rodolfo Bebán, Claudia Lapacó y Alexia Moyano.

–¿Cómo te convocaron ahí? Estás trabajando nada menos que con el dream team del teatro.

–Fue una propuesta de Adrián Suar. Hay cosas que a uno le pasan que no llega ni a soñar pero que suceden y no sabés por qué. Ya hace más de un año que la estamos haciendo y son las últimas semanas.

–¿Vino tu familia a verte?

–Sí, pero no los dejé venir al estreno. Tenía miedo de que me dijeran “Limpiate ahí que tenés sucio”; esas cosas que hacen las madres con el afán de protegernos pero al final nos terminan exponiendo. Igual, con todo el amor. No lo tomaron muy bien, pero en ese momento era como demasiado tenerlos entre el público.

–Además después, inconcientemente, querés hacerte cargo de ellos para que no se pongan cholulos con tus compañeros.

–Sí, quieren sacarse fotos con todos... no, pará, estoy estrenando yo. Si no, son más protagonistas que uno. Fue increíble poder hacer esta obra, tengo compañeros excepcionales.

–¿Qué sentiste cuando empezaste a ensayar al lado de ellos?

–Son mitos los tres, sinceramente no sé cómo describirlo.

–He estado con Alfredo y lo que llama la atención es su gran sentido del humor.

–Totalmente, yo me muero de risa. Siempre nos juntamos 45 minutos antes de la función a “maltratarnos”. Tenemos un juego donde cuando uno llega el otro enseguida dice: “Ahí viene, hagamos silencio”. Nos saludamos y yo le digo Felipe y él me dice Esteban, siempre nos cambiamos los nombres. Lo que más me gusta de todo es haberme encontrado con alguien así; antes de conocerlo es inevitable autopresionarte y querer comportarte de la mejor manera, pero Alfredo es la persona más relajada del mundo. Es todo lo que uno no espera. Es un ser humano y arriba del escenario un actor increíble, no se hace el actor abajo. Es una persona que jamás te dice lo que tenés que hacer, es súper respetuoso; él podría venir a decirte algo, pero sin embargo no, es tan persona, tan ubicado. Tengo toda una vida para aprender, pero es invaluable encontrarme con gente tan humana, con Claudia, con Rodolfo. Incluso da miedo porque te preguntás quién me va a querer ver con semejantes monstruos al lado; es fácil desaparecer. Lo genial de todo esto es que no desaparecer al lado de ellos significa que te están dando el espacio; ellos te lo dan y yo me puedo animar a jugar y a estar a la altura de la circunstancia.

–¿Algo más en teatro?

–No mucho, solo un infantil con el que viajé por todo Uruguay, después otra obra que se llamaba “Loco”.

–¿Cuántos años llevás viviendo acá?

–Seis años más o menos.

–¡Mirá todo lo que has hecho!

–El otro día me desperté con la idea de que todo lo que me había pasado fue un sueño. Es verdad lo que te estoy diciendo; la pasé mal hasta que me di cuenta. Me desperté y pensaba que estaba en la pensión, me agarró una angustia terrible. Soy muy soñador, pero a la vez tengo mucho los pies sobre la tierra y sé lo que voy transitando.

–Sos libra, tenés la balanza todo el tiempo.

–Sí, pero la ciclotimia también tiene su lugar (risas).

–¿Qué opinás del circuito de teatro en Buenos Aires? Hay cosas que no se ven mucho, como por ejemplo la nieta de Luis Sandrini que hace poco hizo una obra en La Boca. El teatro, la puerta de una casa chorizo para 15 personas. Espectacular el unipersonal.

–Hay mucha oferta, mucha cantidad y calidad. Además, hay actores increíbles. Yo lo pude comprobar con Luciano Cáceres, Paola Barrientos, que son actores que provienen del teatro, que tienen mil obras encima. Yo me siento orgulloso de hacer este programa porque voy a ver una obra un sábado a un lugar para veinte personas y me hablan de lo buena que está la tira.

–Aparte tenés generaciones nuevas y ustedes forman parte de ella. Son el recambio, así que está bueno que se vayan conectando.

–Está bueno que la gente se empiece a identificar con actores que tengan propuestas que van más allá de la imagen. A mí me parece tan banal eso, tan superfluo; no podemos vivir en un mundo donde solamente nos impongan la imagen, donde la mujer sea utilizada como objeto, el hombre como el macho... en un punto me da mucha lástima que mi personaje sea tan ganador; no puede ser que la gente admire y avale al “banana”, al que no le importa destruir y reírse de eso. Es una hiena. A la vez es parte de la realidad eso, pero está tomado con humor. Lo llevamos para un lugar donde nos reímos de lo que tenemos, no para defenderlo o darle entidad.

–¿Cómo es tu vida sentimental?

–Estoy muy bien con Carolina, mi mujer. Hace cinco años ya que estamos juntos. Ella también es actriz, está haciendo una obra en el Portón de Sánchez, un lugar de teatro independiente. Le está yendo muy bien por suerte.

Diario Show

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