Ramona trabaja como empleada doméstica en casa de la familia de Manuela desde que regresaran a la Argentina. Fue testigo del momento más doloroso de su vida, cuando dio a luz a su hija y sus padres se la quitaron. Luego, respetó el manto de silencio que se impuso sobre ese tema. Y no lo mencionó hasta Manuela, ya adulta, quiso saber si ella tenía algún dato sobre el paradero de la niña.
Cuando Manuela se independizó, le pidió a Ramona que se vaya con ella a trabajar a su nueva casa. Desde entonces, se reparte las horas para cumplir con ambas casas: la del padre de Manuela y la de Manuela.
En casa de Manuela es dueña de todos los quehaceres. Ella decide cuando se limpia una cosa o la otra, cuando se cambian las sábanas, cuando se descongela la heladera, qué se come cada día. Se encarga desde las compras, la limpieza, el orden…
Ramona es muy trabajadora, y extremadamente cumplidora. Pueden contarse con los dedos de las manos, las veces que ha faltado a su trabajo, todas ausencias justificadas.
Para ir a trabajar debe tomarse colectivo y tren. Pero jamás se queja. Ni del cansancio, ni del clima, ni del tránsito. A veces, sí, un poco de los precios de la comida, y de que la gente está “cada vez más loca”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario