Se anotaron miles, quedaron 50 en la preselección y apenas una veintena se sacó chispas, cocidos a fuego lento, a lo largo de 19 entregas. La número 20 será la frutilla de la torta y habrá campeón.
A esta instancia final llegan tres concursantes, con perfiles muy diferentes y un camino recorrido bastante irregular: Mercedes, Alejo y Martín quieren ser campeones. Y aunque una mujer ganó en buena ley la primera edición argentina del programa, esta vez los que tienen chances reales de reinado son los hombres.
Conducido nuevamente por Mariano Peluffo (hombre de la casa y de la cocina), pero con el irritante jurado de especialistas a la cabeza –Germán Martitegui, Donato De Santis y Christophe Krywonis–, el programa ha logrado enganchar al público con buenos tips para el menú: una gran edición para dotarla de ritmo, momentos divertidos, emotivos, dramáticos. Y, en el medio (a veces ni siquiera en el centro de la mesa), estarán los platos principales.
Este miércoles, a las 21, Telefe despide MasterChef y coronará a su mejor cocinero amateur, que deberá ganar a fuerza de talento, creatividad, dedicación, habilidad técnica y pasión por la comida. El ganador o ganadora de esta edición obtendrá una beca de un año en la prestigiosa escuela de cocina de Mausi Sebess.
Boca a boca
Parece una curiosidad: el horario de la gran final de MasterChef será con una entrega reducida, modificada “a pedir de boca”. Pero no por apetencias gastronómicas ni degustaciones especiales sino por el partido que Boca Juniors disputará con Guaraní por los octavos de final de la Copa Argentina, y que transmitirá La Televisión Pública. Evidentemente, el fútbol podría afectar el buen rendimiento en materia de medición de audiencia, algo que el reality le garantizó a Telefe desde el principio.
Con la versión Junior en el aire (los viernes, el reality de cocina tiene como protagonistas a minichefs), Peluffo se mantendrá en pantalla un tiempo más, en un rubro como el de programas de entretenimientos a los que le sabe los puntos de cocción. “Los chicos la tienen súper clara, se lo toman muy en serio, no les gusta perder”, dijo sobre la versión menuda.
Después del plato final que decida al nuevo chef amateur de la Argentina, comenzará la recorrida de los finalistas por los distintos programas.
Los cocineros hace tiempo que se han consolidado en el mundo de los medios como estrellas, a partir de la proliferación de canales propios, programas federales, y opciones atractivas que mezclan varios ingredientes.
El del juego de realidad es uno más, y es el más exitoso, pensado con todos los condimentos precisos.
Aquí, un repaso por las virtudes que mostraron a lo largo de los 20 programas los dos favoritos para la instancia decisiva. Si gana Mercedes, será la gran sorpresa (y la decepción para la mayoría de los fanáticos).
Un voto por Alejo
Desde el primer día Alejo Lagouarde entendió cómo era el juego. Consciente de su buena mano para las hornallas y del conocimiento de técnicas e ingredientes sofisticados que le brindaban su visión de mundo y su condición de familia acomodada, concibió las estaciones de trabajo como un campo de batalla y se convirtió en un soldado imprescindible.
Confiado y petulante, estudiante de Marketing, 26 años, hijo de un ejecutivo inmobiliario de Los Cardales, Alejo siempre tuvo la última palabra en las devoluciones y frunció la nariz cada vez que pudo para subestimar un plato ajeno; especialmente si el autor era Martín, al que enseguida vio como el gran adversario en la contienda.
Apenas empezaron a competir, también al público le quedó claro que uno de los dos sería el ganador.
Alejo jugó fuerte y apretó el acelerador. Se colocó siempre del lado de la excelencia en la cocina y dejó las sensiblerías para otra ocasión.
Por eso fue evidente su disconformidad cuando quedó afuera Alan, otro de los exquisitos en la competencia, en una definición que el jurado resolvió a favor de la finalista Mercedes y que todavía sigue generando polémica.
“Alejo es el malo perfecto que todo reality necesita”, declaró en su cuenta de Twitter un conocedor del paño como Mariano Iúdica.
Como contrapartida, Martín le sacó el jugo a su perfil de cocinero exquisito pero humilde, hasta que en los últimos programas empezó a mostrar las uñas y la cámara lo pescó diciendo cosas horribles de sus compañeros de juego. A esta altura, él tampoco quiere quedarse afuera. Orgulloso y arrogante, Alejo respaldó su actitud con buenos platos. “Esa soberbia tuya desaparece cuando pruebo tus platos, porque sos muy buen cocinero”, le admitió en uno de los desafíos el malísimo de Christophe, su “padre del rigor”, como dijo el pibe.
Alejo siempre jugó para ser el próximo MasterChef argentino y entendió rápido las reglas: solamente gana uno. Por eso, si esto es una competencia de cocina y no un concurso de buen compañero, merece el cucharón mayor.
Martín la tiene servida
MasterChef tiene bien aceitado el mecanismo de un relato de suspenso. Y precisa que en la recta final se intensifique el duelo entre dos figuras que se fueron dibujando con fuerza desde los primeros episodios: el villano y el héroe.
Decidido a jugar y mostrar sus cartas aunque estén marcadas, Alejo se sintió cómodo desde el principio en el rol del muchacho canchero que se las sabe todas, capaz de desafiar al jurado con los caprichos de quien se siente ganador y sin temor alguno a sacar del juego a los codazos a cualquier contrincante que se ponga en su camino. Llegado el caso, no reniega de las malas artes. Semejante estrategia, que a muchos haría dudar a la hora de invitarlo a tomar un vino y compartir la mesa, está sin embargo sustentada en sus dotes de cocinero arriesgado y dueño de los secretos técnicos para lograr platos entre muy buenos y excelentes.
La rivalidad empezó a cuajar hace muchos episodios, y no pasó demasiado tiempo hasta que MasterChef encontrara el reverso exacto del villano Alejo en el bueno de Martín: el muchacho tímido (aunque en su currículum hay un cinturón negro de taekwondo), el que puede prestar su ayuda a los compañeros aunque esté en riesgo la posibilidad de su triunfo, el más querido por los otros participantes.
Y que además tiene entre sus armas un conocimiento exacto de las artes culinarias. Algunas de sus preparaciones han estado sin duda entre las más refinadas que se han visto en esta edición del reality gastronómico.
Martín la tiene servida si se piensa que da el physique du rol perfecto para encarnar al chico tranquilo que al final de la película se queda con la muchacha, pero no podrá equivocarse.
Deberá convencer a una terna arbitral que pide calor de hogar y abundancia cuando hay demasiada sofisticación y que, cuando hay rusticidad y una apelación a los sabores familiares, reclama refinamiento y presentación gourmet.
Hay que recordar que en el primer episodio de este año, el carpintero Francisco Taberna hizo llorar a Donato de Santis con pasta e fagioli, una receta (fideos y porotos combinados en un guiso pulsudo) que le hizo recordar al jurado italiano la contundencia de la mesa familiar y lo transportó a su niñez.
Martín logró coronarse en varias ocasiones como el autor del mejor plato, a base de imaginación, audacia y resultados sabrosos. ¿Podrá en el último desafío combinar el grado de experimentación y delicadeza que se le requiere a un amo de las cocinas con una experiencia que al jurado le resulte conmovedora?
Sin duda tiene con qué. Aunque MasterChef podría terminar tranquilamente en una de villanos.
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