La televisión abierta dejó por ahora sin aire al mejor conductor de los últimos años luego de la decisión de Telefé de dar por terminado el ciclo de Todo es posible , en el que Julián Weich volvió a lucir todo su talento. Ese espacio vacante queda demasiado en evidencia aun en casos como el actual, con una pantalla poco interesada en valorar y jerarquizar como es debido la insustituible función del animador.
Las imposiciones de la programación actual limitan al máximo el ejercicio de esa tarea, que nació con la televisión misma. Hoy, buena parte de lo que llamamos "no ficción" funciona con otros motores (edición y posproducción a la cabeza) y esa suerte de pilotos automáticos dejan muchas veces en segundo plano la tarea del animador. Tal vez alentados por la creencia de que ese compromiso demanda menos esfuerzos que antaño, los programadores recurren cada vez más a actores y cronistas para cumplir la función.
Pero en cierto momento la necesidad de volver a las fuentes reaparece. Y es por eso que en este desierto vuelve a lucirse la desgarbada e informal presencia de Marley, que en la flamante nueva temporada de Minuto para ganar ratifica (como ya lo hizo el año pasado en La voz... argentina ) que se puede confiar en él.
Marley no tiene los recursos y la riqueza verbal de Weich, pero conoce su oficio a la perfección, sabe dónde ubicarse y hablarle a una audiencia familiar y trata de la mejor manera a los participantes (dato clave). Además, encontró una marca propia en su saludable costumbre de reírse todo el tiempo de sí mismo. A pura risa y porrazo reivindica una noble función.
No hay comentarios:
Publicar un comentario