Bajo los flashes camina lento. Responde, sonríe, saluda, tira un beso lejano. “¡Es Mirtha! ¡Mirtha! ¡Mirtha!”, gritan fotógrafos, movileros y curiosos en la puerta del teatro Opera Citi. Es el capítulo final de La dueña, con parte del elenco y público en vivo para despedir a la ficción que demostró que Mirtha Legrand todavía puede jugar y gana
Toda vestida de blanco y radiante de brillos, el pelo dorado y un operativo de seguridad montado en torno a su figura, de eso se supone que está confeccionada una estrella. La misma Legrand es el último eslabón de una larga cadena que hoy no abunda, esas que parecen adheridas al cielo y se ven tan lejanas. Ella es el motivo de la sala llena.
Mujeres mayores de cincuenta, parejas jóvenes con bebés y adolescentes en plena transición es el público que aplaude y grita. Mirtha sube al escenario, agradece, hablan las autoridades del canal, pide aplausos especiales. Sus compañeros de la ficción la acompañan, pero todo se trata de la protagonista, aún cuando algún miembro del elenco cuenta con fanáticas super efusivas.
Es el final de una serie de tv transmitida desde un teatro como si fuera parte de una película de cine. Una experiencia colectiva de ver televisión junto a 2500 personas sentadas a oscuras. Hay palmas para algunas escenas de Claudia Lapacó, Raúl Taibo, Benjamín Vicuña y Florencia Bertotti. Y por supuesto para Legrand.
En la televisión y en la sociedad en general se suele tomar como valores de éxito a la belleza y a la juventud. El protagónico de La dueña es desde ese punto de vista una saludable cachetada. Es el unitario más visto del 2012. Para Mirtha Legrand, el éxito es seguir estando.
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