Convengamos que esta situación no es normal. Gracias a Dios, no es algo que ocurra muy seguido. Quizás, por eso, es que es televisable. La repasamos. Se conocen desde la adolescencia, se enamoraron sin confesarse su amor, se toquetearon en una camioneta hace como veinte años y de la toqueteada nació un niño, Martincito. Pibe divino. Pasaron los años, se volvieron a encontrar por casualidad. Mirada va, mirada viene y siguieron con la franela intermitente. Que te doy un piquito, que te doy un beso, que te doy un beso un poco más largo, que te doy un beso como la gente. Y así hasta el infinito. De ahí a alguna cosa menos teenager ni hablar.
Ahora, mágicamente, parece que las hormonas de los muchachos se despertaron y que, finalmente, concretarán lo que vienen posponiendo desde hace 20 años. ¿Leyeron bien? 20 años. Dos décadas de calor intenso y retenido. ¿Cuánto hace falta para agotar las ganas acumuladas durante 7.300 días o 175.200 horas o 10.512.000 minutos? ¿Cuánto tiempo deberían estar “amándose” para que el deseo se esfume? Creemos que los próximos 4 o 5 capítulos i-nin-te-rrum-pi-dos de Graduados deberían transformarse sólo en material prohibido para mayores de 18 años. La “puesta al día” de los protagonistas merece esto y mucho más. No por rating. Por piedad. Se lo merecen.
¿Cómo te imaginás el “gran momento” de Loli y Andy?
Telefe.com
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