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13 ago 2014

Enrique Pinti: "Le tengo terror al rechazo"


Es admirable el don de la locuacidad que mantiene el querido Enrique Pinti. Pasan los años y su verborragia se mantiene intacta. Allí, en el bar de la cita con La Razón, es capaz de armar una “mini Salsa criolla” sin percatarse de que está rodeado de agradecidos y sorprendidos “espectadores”. Vaya uno a saber por qué, Pinti toma impulso y larga su llamarada cual dragón indómito: “Ningún político en el mundo va preso. Ninguno -remarca-, a ver si lo entendemos de una vez”.

Su enumeración se inicia en el exterior: “Bush, padre e hijo, dos rufianes socios de una fábrica de armas, tendrían que estar en cana; Berlusconi ¿ cuánto tiempo estuvo preso por fraude y por las festicholas con menores? Nada. Sarkozy estuvo un día y medio detenido por tráfico de influencias, la Infanta Cristina de Borbón, hermana del Rey de España, está im-pu-ta-da, y acá pasa lo mismo. Menem estuvo una semana en una quinta leyendo un libro al revés y ¿ te creés que Boudou va a ir preso? A lo sumo le pasará como a María Julia (Alsogaray), se la morfará una vez que se vaya el kirchnerismo”.

El mozo está ahí, esperando. De paso, disfruta. “Una Coca light”, pide Enrique inmerso en sus pensamientos. “Lo que yo no concibo es que los argentinos nos peleemos por estos tipos. Que amigos no se hablen más, que familiares se separen por política. ¿Tiene sentido? Estos tipos hoy están acá y en cuatro años integran otra fórmula…”.

¿No te pasó? ¿No te peleaste con algún ser querido?

¿Estás loco? De ninguna manera. Cuando la discusión eleva el tono, o me voy o le doy una pastillita al descontrolado.

Escuchándote, el primer pensamiento es cómo se te extraña en un escenario …

Estoy volviendo pronto. Ya tengo el borrador en la cabeza de lo que serán los 30 años de “Salsa criolla” (cuya última función data de 1995), que arrancará en el teatro Liceo después de la Semana Santa de 2015. Pero ahora estoy saliendo por varias ciudades del interior para hacer “Pinti recargado”, una suerte de calentamiento previo del espectáculo que llegará a Buenos Aires.

¿Por qué calentamiento?

Y, porque hay que aceitar las cañerías, si bien hice toda la vida monólogos, el ritmo se pierde un poco, debo ajustar el timing, por eso creo que es necesario volver a caminar el país.

¿Percibís que la gente añora tus encendidos monólogos?

Es probable que me extrañen, si bien hace un tiempo que no hago monólogos, tampoco hace tanto. Se cree que desde que están los Kirchner, yo no hice nada y no es así … Entiendo que puedan añorarme, pero yo no soy un remedio, o la pastilla que hay que tomar para contactarse con la realidad. Eso de que me necesitan a mí, como a veces me dicen… por favor, dejémonos de joder, nadie me necesita.

¿En serio creés eso?

Sí, en serio, porque yo no soy la Cruz Roja. No es creíble eso de que soy necesario en un escenario. Podré gustarle a la gente, podrán venir a verme, pero si no estoy yo, no pasa nada.

Hay pocas figuras del ambiente que gozan del consenso general: Les Luthiers, Gasalla y vos. Mucha gente creció con tus monólogos…

Eso es cierto y lo agradezco enormemente. Pero yo no puedo ejercer de ambulancia, insisto. Además estoy medio oxidado.

¿Alguna vez el público te dio la espalda?

Sí, claro, fue durante la convertibilidad de Menem-Cavallo, en 1995-1996. El teatro Liceo estaba por la mitad, y a la salida de la función, muchas mujeres me esperaban y me decían que yo era un asqueroso y me preguntaban por qué estaba tan enojado si Argentina atravesaba su mejor momento. Era doloroso, sentía que no le llegaba a la gente.

¿Cuánto duró ese rechazo?

Hasta el corralito de 2001, cuando arranqué “Candombe nacional”, y poco menos que me llevaban en andas. “Postulate”, “Sos nuestro presidente”, me gritaban desde la platea. Somos muy ciclotímicos.

Recuerdo en una de tus últimas obras, “Antes de que me olvide”, hablabas de ciertos temores como, precisamente, el olvido…

Claro, no quisiera estar en el escenario y tener un shock amnésico y olvidarme de la memoria social, porque los argentinos somos muy olvidadizos y siempre nos cagan. Por eso yo repito siempre lo mismo. En realidad no repito, insisto (se corrige).

¿Somos muy olvidadizos?

Sí, no aprendemos más. Pero somos buenos socorristas… Cuando el país está al borde del precipicio, ahí aparecemos para salvarlo. Pero después olvidate, somos pésimos terapeutas. Porque cuando hay que hacer el proceso terapéutico para salir adelante, carecemos de plan, de estructura, de ideas ...

¿Cómo te llevás con la mirada del otro?

Hace años que padezco un trauma: quiero gustarle a todo el mundo. Y lo sigo padeciendo, aunque razono y sé que eso es imposible. Porque una cosa es hacer ficción y otra muy distinta es decir sobre el escenario lo que siento, entonces, la adhesión de la gente es adictiva te diría.

¿Te da miedo el rechazo?

Mucho miedo, terror. El rechazo y la incomprensión. Siempre temo que no me entiendan, porque más allá de que se pueda o no estar de acuerdo conmigo, lo que yo digo desde el escenario lo hago con absoluta sinceridad.

¿Hacés algún esfuerzo extra para gustar más?
Seguir explicando. Me aferro a la razón y a la palabra.

¿Pesa ser “marca registrada”?

Sí, me pesa porque la gente espera de vos cosas que no sos capaz de darle. Pero prefiero ser auténtico conmigo a tener que satisfacer a distintas clases de público. Siempre me acuerdo de un señor que me esperó a la salida de un espectáculo y me dijo: “No estoy de acuerdo con todo lo que usted dice, pero estoy de acuerdo con usted”. Ocurre que señores así, tan sensatos, cada vez escasean más. Hoy la gente está muy sacada, muy loca, muy extrema …

¿Por alguna razón en especial?

Yo creo que el gobierno nacional es bastante responsable del ánimo de la gente, porque tiene formas demandantes, soberbias además de que ignora saber comunicar. Pero no es toda culpa del gobierno, ojo. La oposición tiene lo suyo al igual que los medios. No nos olvidemos.

Hace poco dijiste que en el escenario estarías hasta los 80 ...

Tengo casi 75 y me siento bien. Me parece que me estiro cinco más, hasta los 85 espero poder llegar y no dar lástima.

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