La cantidad de inscriptos se explica seguramente por los jugosos premios, un anzuelo perfecto tanto para soñadores como para necesitados. En cada programa es posible llevarse a casa desde el equipamiento completo para una vivienda, pasando por órdenes de compra, viajes o artículos de tecnología, hasta la máxima recompensa, un automóvil cero kilómetro.
En Escape perfecto se juega por duplas. Uno de los participantes se enfrenta a preguntas de opción múltiple, y con cada acierto acredita tiempo para que su compañero ingrese a la “jaula”. Ahí empieza el baile: dentro de ese espacio, el participante debe completar una serie de desafíos para acceder a los premios antes de que se acabe el tiempo y la puerta de la “jaula” se cierre.
Dicho así, suena bastante amable y parece que Escape perfecto es el sueño cumplido del pibe que quiere tener un plasma mucho más grande y ver el Mundial en HD, o bien una generosa oportunidad para quienes carecen de los medios económicos y están bien lejos de poder acceder a todo lo se que ofrece en esa mini isla de la fantasía. Pero en la práctica lo que se ve es a personas más o menos fuera de sí que luchan contra el reloj, corren y se caen intentando manotear todo lo que tengan a la vista. Es como ver las patinadas de Tom y Jerry pero con hombres y mujeres que se las arreglan para apilar una yogurtera, una cubierta de auto, un par de rollers y una aspiradora mientras miden de reojo que la puerta de vidrio no se cierre y haga que el sueño mute en pesadilla.
Es increíble: lo que eventualmente podría pensarse como un derecho (en el caso de que la obtención de ese tipo de bienes y la clave de acceso a un ritual de consumo bastante perverso merezcan ese rango) se convierte prácticamente en un deber. La posibilidad de llevarse cualquier cosa se transforma en la obligación de arrasar con cualquier cosa. No importa de qué se trate. El hecho decisivo parece ser que no se puede ir contra la lógica de tomar lo que se ofrece y que eso sea celebrado como una proeza.
En ese raid desesperado, no es raro que algún electrodoméstico vaya al piso y se rompa, y que dentro de la “jaula” quede algún pedazo de juguera o una pantalla plana destruida en el piso, restos que una cámara atenta no evitará buscar en algún zoom fugaz para incorporar ese breve incordio a esta gesta extraña.
El juego es, supuestamente, una combinación de saber y adrenalina, una porción de conocimiento (durante la trivia) más la parte de destreza y resistencia físicas (durante la “recolección”), pero el relato visual se parece demasiado a las escenas de los saqueos que más de uno tendrá frescas en la memoria. Sólo que aquí la ley de la selva funciona bajo las reglas dramáticas de la televisión y las imágenes no son captadas por cámaras de seguridad de algún mega store o superchino vandalizado.
¿Es una exageración ver en Escape perfecto una cita involuntaria a los hechos de diciembre de 2013?
Desde luego, la respuesta depende de la sensibilidad de cada uno. Pero en todo caso resulta llamativo que el nombre original del programa, un formato israelí, seaRaid the cage (se puede traducir, sin cargar las tintas, como “Asaltar la jaula”), y que algunas gacetillas de promoción incluyeran el verbo “saquear” (puesto entre comillas eufemísticas) para describir el show.
En la línea de los experimentos con seres humanos, como la saga de Gran Hermano, y a tono con el éxito de los productos televisivos que se alimentan de gente común ofreciéndole la posibilidad de ganar diversas sumas de dinero (desde Los ocho escalones a Lo sabe, no lo sabe o los obscenos dos millones en efectivo de Susana Giménez), Escape perfecto es una suerte de laboratorio en el que se puede apreciar lo que es capaz de hacer una persona para obtener cosas.
Hace rato que la TV llegó a ese lugar y se ensancha en productos que son casi una ilustración de una advertencia filosófica: la que dice que los hombres son capaces de luchar por su esclavitud como si lo hicieran por su libertad.
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