Como en un viaje en el tiempo, Dulce Amor rescató un personaje “retro”. Integrante infaltable en los tradicionales culebrones de la tarde y hasta en los folletines románticos del Siglo XIX, él, el mayordomo, ese hombre chusma, simpático y mano derecha de los protagonistas.
Dado que la ficción de Quique Estevanez había sido pensada para el horario de la siesta, el paso al prime time provocó el transporte de varios rasgos de la telenovela dramática y rosada de la tarde, ese género que en Argentina se popularizó con las caras de Andrea del Boca, Gustavo Bermúdez, Luisa Kuliok y Gabriel Corrado.
Señalar la diferencia entre “ricos” y “pobres” y narrar el enamoramiento entre personajes de diferentes clases sociales es una marca de este tipo de producciones, y en Dulce Amor, la presencia del mayordomo en la mansión de los Bandi viene a resaltar las características de una típica familia adinerada de telenovela.
En la piel de Emilio Mejía, Jorge Sassi se pone al hombro esta criatura, un compañero fiel de sus “amos”, conocedor de sus secretos y cómplice de sus decisiones. Casi como si fuera un “mayordomo de manual”, se sube a los principales lugares comunes de su personaje -¡hasta usa un moñito!- y se mueve como el histórico Ovidio de Zíngara o el Bernardo de Muñeca Brava.
Si bien el “compinche” es un rol que está en casi todas las ficciones, la presencia de Emilio Mejía en Dulce Amor resulta anacrónica para el público de 2012. La “mano derecha” es infaltable en cualquier novela, pero el interrogante viene a ser si un personaje de tales características tiene cabida en la ficción de hoy, o bien podría adquirir formas más modernas como la de asistente, amigo, loco, cura o médico. El debate está abierto…
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