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7 nov 2013

“Yo no quiero laburar más”


“Nooo. Dejate de joder. Yo ya no quiero trabajar”, le dice a alguien por teléfono. En una tarde de luz generosa, “Cacho” Castaña está sentado en el comedor de su casa en Olivos y rodeado de mujeres: su pareja Marina, la productora, la agente de prensa y su mucama. Les dice que se callen un poco, que parecen cotorras de tanto parloteo. Al rato sale al aire por la radio con Coco Sily.

Mientras todo eso ocurre, resulta entretenido hacer un paneo por la casa. Se ve un reloj de pared con una pareja bailando tango, el garage con un Mercedes blanco, el celular dorado, la pileta de natación, un collage de fotos suyas y de Carlos Gardel y la lista de invitados para su próximo recital, entre los que están Daniel Scioli, Luis Ventura, Graciela Borges y Mauricio Macri. La mirada inevitablemente se distrae con el oro de las pulseras y anillos y con las cuatro estrellas tatuadas en una de las manos.

El cantor está por presentar su nuevo disco Aquellos viejos amores, en el que homenajea a las viejas formaciones tangueras de cantor y dos guitarristas, con algunas pequeñas intervenciones de un bajo. El autor de Garganta con arena y Café La Humedad dice que él no puede “ni entrar al aula” de los grandes maestros, que el tango actual no está documentando su época y que dejará su participación en Buenos muchachos, el programa que hace con Guillermo Coppola, Héctor “Bambino” Veira y el “Coco” Basile, aunque sus compañeros estén preparando una gira veraniega.

“En serio. Yo no quiero laburar más”, repite, con la camisa abierta hasta el botón que deja ver una mata de pelos en pecho. Es el mismo que cultivó fama de mujeriego y rey de la noche, el que en algún momento de su carrera sacó discos como Mujeres, mujeres y Cara de tramposo.

¿Por qué decidiste volver a la formación clásica de voz y guitarras?

Es una idea que tenía en mente desde hace mucho tiempo y ahora quise darme el gusto. Son formaciones que ya no se usan y algunas de las canciones tampoco se hacen con frecuencia. El repertorio es, en su mayoría, el que hacía cuando era pibe: Chorra, El conventillo, Romance de barrio. En la academia, donde me recibí de maestro de piano, no se estudiaba otra cosa que no fuera tango. Me parece muy divertido volver a hacerlas.

¿Qué redescubriste al volver a cantarlos?

Muchas cosas. Que los que escribían antes lo hacían así porque se les moría la mina a los 15 años de tuberculosis. Por eso los tangos son llorones y tan dramáticos. Era otra época y se sufría más. Ahora los poetas no sufrimos tanto o sufrimos por otras cosas.

¿Cómo cuáles?

Ahora sufrimos por el estrés, el colesterol o el cigarro. Y las minas por la celulitis.

Pero además de la temática, la producción poética es mucho menor. ¿Te parece que el tango de ahora no está, como el de esos años, documentando su época?

¿De qué vas a hablar hoy? Del hambre, de la inflación, de la miseria... Es una lágrima. O sea, el tango sigue siendo una lágrima. Quizá el rock sea más un documento de la época que el tango. Antes, se usaban metáforas como loco y hoy no saben ni qué es una metáfora. Fijate en Manzi, Discépolo y Cátulo Castillo, por nombrarte algunos. “Hoy vas a entrar en mi pasado” -recita con la voz engolada. ¿De dónde sacaba esta gente esas cosas tan maravillosas? ¡Escribían como la gran puta! No sé qué tomaban, pero evidentemente algo tomaban. No conozco a nadie que con un yogur haya escrito un tango.

¿Hay algún tango tuyo a la altura de aquellos?

No entramos ni al aula de esos grandes maestros. No me puedo comparar. Ni me animo a hacerlo, porque sería un insolente. Lo distinto no es comparable. ¿Está buena esa frase, no? Lo mío es más urbano, más actual. Yo trato de ahondar en las cosas lo mejor que puedo, con mi errores y limitaciones.

¿Por qué decís que no hay nuevas propuestas tangueras que te gusten?
Salvo Adriana Varela y los comienzos de Bajofondo, veo mucha mezcla bizarra en el tango. Son formaciones con batería, tumbadoras y ese chingui chingui que no me gusta. Veo mucho invento que a mí no me moviliza. Si la búsqueda de identidad del tango es eso, creo que estamos al horno.

Quizá sos vos el que no se moviliza con las cosas que están pasando con el género...

Sí, también es posible que esté medio insensible ya. Musicalmente no los veo. Es todo muy copiado de otro. Ese pa pa ra papa -imita el estilo piazzoliano- ya lo inventó Astor, que rompió el molde. Hay buenas copias y algunos buenos alumnos. Pero tenemos grandes maestros que no dejaron discípulos. Son siete notas nada más, viejo. Muchas personas laburando y viviendo de siete notas. Si fuese tan fácil...

Hace un rato dijiste que no harás más “Buenos muchachos”. ¿Por qué lo dejás y qué te gusta de hacerlo?

Es como ir al café a charlar con los muchachos, sin libreto. Decimos buenas noches y arrancamos. Estuvo bueno. Ahora grabo el último programa y levanto la cuadrilla. ¡Es mucho laburo! Estoy con eso, siendo jurado de Tu cara me suena (el reality de Telefe), con el disco y los shows. Los muchachos quieren salir en febrero por los teatros. Yo ni por casualidad. Buscarán a alguien en mi lugar. Ya no quiero laburar más. Seguiré grabando discos y dando recitales las veces que pueda.

Tu disco nuevo arranca con “Chorra”, de Enrique Santos Discépolo, que tiene ese verso tan sufriente: “¡Lo que más bronca me da, es haber sido tan gil!”. ¿En qué crees que fuiste un gil?

Dice gil por no decir pelotudo. ¡Muchísimas veces! ¿Sabés la cantidad de cagadas que me mandé? No las tapaba ni con un poncho. Uno ha hecho giladas y las sigue haciendo -dice mientras mira el paquete de cigarros-. A nosotros nos gusta equivocarnos. No sólo tropezamos con la misma piedra, sino que la ponemos adelante y la pateamos hasta rompernos los pies.

Las fotos se hacen en el segundo piso de la casa. A un costado, se ve una cama solar, una caminadora y una foto gigante del “Polaco” Goyeneche, junto a notas de diarios enmarcadas y premios, como uno que dice Honoris Causa en la Universidad de la Calle. “Cacho” posa con maestría. Cuenta que las hermanas Marina e Iliana Calabró fueron a su casa para grabar un video del grupo de Pablo Granados. “Se pusieron en tarlipes acá en el fondo. ¡Qué lindas son! ¡Qué caro que está ese lomo!”, exclama, mientras guiña un ojo. Y se ve, en una mesa ratona, un viejo sable enfundado.

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